¿Qué son las emociones?
¿Qué son las emociones?. Son una respuesta evaluadora del organismo que supone una combinación de alerta fisiológica, que incluye la activación del sistema nervioso autónomo o vegetativo, una experiencia subjetiva, como amor, odio, ira, etc., y una expresión conductual o emocional, como las expresiones faciales que indican una emoción determinada. La teoría periférica de las emociones, conocida como teoría de James-Lange (William James fue el padre de la psicología norteamericana y Carl Lange fue un fisiólogo danés), nos dice que la emoción se produce como consecuencia de los cambios que tienen lugar en el organismo, es decir, si existe un peligro, el ser humano puede huir corriendo y esto produciría la emoción de miedo. Con otras palabras, tenemos miedo porque corremos y no corremos porque tenemos miedo. La teoría alternativa es la teoría de Cannon Bard, que dice que los estímulos que provocan emociones lo hacen simultáneamente con la inducción de cambios en el organismo.
Hoy día existe unanimidad en considerar que las emociones son vitales para nuestra actividad racional y que la falta de emocionalidad es tan nociva para la razón como su exceso. A esta conclusión se podía haber llegado simplemente observando que la corteza cerebral, sede de nuestras llamadas funciones superiores, entre las que se encuentra la razón, se desarrolló a partir de estructuras subcorticales que pertenecen a lo que se ha llamado «sistema límbico», o sistema de emociones y afectos. El hecho es que cuando un paciente tiene lesiones cerebrales que afectan a la emocionalidad de forma que resulte en un exceso o una falta, este hecho puede impedir la conducta racional. Por tanto, se ha pensado que las emociones pueden ser algo así como el cemento que une los diversos módulos mentales o los indicadores del contenido de la consciencia que es importante en un momento particular.
Las emociones son señales importantes para los congéneres. Expresan los estados de ánimo del individuo y, por tanto, son extraordinariamente relevantes para informar al otro sobre la situación anímica del compañero. Se trata, pues, de mensajes que cualquier mamífero, que dispone de un sistema límbico, es capaz de interpretar y que son utilísimos para la convivencia en sociedad. Es un lenguaje no verbal que compartimos con todos los mamíferos y que hace posible que nos entendamos con ellos, no con el lenguaje hablado, que sólo nosotros poseemos, pero sí con ese lenguaje ancestral que utilizan todos los mamíferos que nos han precedido en la evolución. Las diversas emociones, como la ira, la rabia, los celos, el amor, el odio, y un largo etcétera, son adaptaciones que han servido para la convivencia y la vida social de los mamíferos. Toda nuestra vida está basada en estas emociones y afectos y el organismo confía mucho más en ellos que en las elucubraciones de nuestra capacidad intelectual. En momentos de peligro o en situaciones de emergencia, el organismo confía en las respuestas emocionales, inconscientes, que protegen mucho mejor al organismo y son además más rápidas que cualquier otro pensamiento consciente y racional.
Si es cierto, como tantas veces se ha pensado, que nuestra capacidad racional está ahí para controlar nuestras emociones, entonces parece claro que no lo ha conseguido del todo, ya que la historia de la humanidad es una historia en donde las pasiones han tenido mucha más importancia que los raciocinios y la lógica. Una de las conclusiones a las que llegó el escritor húngaro Arthur Koestler fue que la humanidad es una especie de extravío en la evolución, porque ha desarrollado una corteza muy superior a las necesidades del cerebro de las emociones o cerebro límbico. Koestler habla de un rasgo paranoide en el ser humano que sería responsable de nuestra sangrienta y cruel historia. La guerra permanente de unos contra otros sería una característica fundamental de nuestra especie. Otro síntoma sería también la separación entre razón e instinto, que se expresa en el crecimiento de la ciencia y la tecnología y en el estancamiento de la moral. La causa estaría en el conflicto entre lo que algunos llaman el «cerebro frío», cortical, y, por otro lado, el «cerebro caliente», el sistema límbico de instintos, pasiones, emociones y afectos. La tremenda explosión del tamaño del cerebro en la segunda mitad del Pleistoceno, hace aproximadamente 500.000 años, hizo que ambos cerebros no se coordinasen adecuadamente. MacLean llamó a este fenómeno «esquizofisiología », es decir, la dicotomía en la forma de funcionar de ambas partes del cerebro.
En la regulación de las emociones juegan los neurotransmisores un papel fundamental. Se sabe que niveles bajos de serotonina están asociados con ansiedad, tanto en humanos como en otros animales. Y la dopamina actúa como un activador central; si se destruyen sus terminales, los animales pierden el deseo, la motivación, la adaptabilidad y la conducta exploratoria. Se ha sugerido que el papel de la dopamina no es tanto la producción de placer, como algunos experimentos con estimulación eléctrica de zonas ricas en dopamina habían supuesto, como una llamada de atención sobre aquellos sucesos que pueden producir recompensa, de forma que el animal aprenda a reconocerlos. En el cerebro existe un sistema de fibras que discurre desde el cerebro medio hasta el sistema límbico y que se denomina sistema mesolímbico; sus neuronas contienen dopamina y se activa cuando, por ejemplo, un drogadicto está en la fase de carencia de cocaína. Este sistema conecta la corteza orbitofrontal, en el lóbulo frontal, con la amígdala y el núcleo accumbens, dos estructuras importantes del sistema límbico. La estimulación eléctrica del núcleo accumbens, por ejemplo, hace que las ratas se autoestimulen hasta la muerte porque ni comen ni beben, obsesionadas con apretar la palanca en su jaula que les procura esa estimulación eléctrica.
En el cerebro existen otras sustancias químicas importantes en la regulación de las emociones, como son los llamados péptidos opiáceos, sustancias como las encefalinas, las endorfinas y las dinorfinas, componentes parecidos a la morfina, pero producidos por el propio organismo. Juegan un papel complejo en la regulación de los lazos sociales y en el trastorno causado por el aislamiento social. Las endorfinas se producen en abundancia en situaciones de estrés y tienen un efecto analgésico. Son las responsables de que en esfuerzos extenuantes no se sienta dolor, que impediría la realización.
Hoy día existe unanimidad en considerar que las emociones son vitales para nuestra actividad racional y que la falta de emocionalidad es tan nociva para la razón como su exceso. A esta conclusión se podía haber llegado simplemente observando que la corteza cerebral, sede de nuestras llamadas funciones superiores, entre las que se encuentra la razón, se desarrolló a partir de estructuras subcorticales que pertenecen a lo que se ha llamado «sistema límbico», o sistema de emociones y afectos. El hecho es que cuando un paciente tiene lesiones cerebrales que afectan a la emocionalidad de forma que resulte en un exceso o una falta, este hecho puede impedir la conducta racional. Por tanto, se ha pensado que las emociones pueden ser algo así como el cemento que une los diversos módulos mentales o los indicadores del contenido de la consciencia que es importante en un momento particular.
Las emociones son señales importantes para los congéneres. Expresan los estados de ánimo del individuo y, por tanto, son extraordinariamente relevantes para informar al otro sobre la situación anímica del compañero. Se trata, pues, de mensajes que cualquier mamífero, que dispone de un sistema límbico, es capaz de interpretar y que son utilísimos para la convivencia en sociedad. Es un lenguaje no verbal que compartimos con todos los mamíferos y que hace posible que nos entendamos con ellos, no con el lenguaje hablado, que sólo nosotros poseemos, pero sí con ese lenguaje ancestral que utilizan todos los mamíferos que nos han precedido en la evolución. Las diversas emociones, como la ira, la rabia, los celos, el amor, el odio, y un largo etcétera, son adaptaciones que han servido para la convivencia y la vida social de los mamíferos. Toda nuestra vida está basada en estas emociones y afectos y el organismo confía mucho más en ellos que en las elucubraciones de nuestra capacidad intelectual. En momentos de peligro o en situaciones de emergencia, el organismo confía en las respuestas emocionales, inconscientes, que protegen mucho mejor al organismo y son además más rápidas que cualquier otro pensamiento consciente y racional.
Si es cierto, como tantas veces se ha pensado, que nuestra capacidad racional está ahí para controlar nuestras emociones, entonces parece claro que no lo ha conseguido del todo, ya que la historia de la humanidad es una historia en donde las pasiones han tenido mucha más importancia que los raciocinios y la lógica. Una de las conclusiones a las que llegó el escritor húngaro Arthur Koestler fue que la humanidad es una especie de extravío en la evolución, porque ha desarrollado una corteza muy superior a las necesidades del cerebro de las emociones o cerebro límbico. Koestler habla de un rasgo paranoide en el ser humano que sería responsable de nuestra sangrienta y cruel historia. La guerra permanente de unos contra otros sería una característica fundamental de nuestra especie. Otro síntoma sería también la separación entre razón e instinto, que se expresa en el crecimiento de la ciencia y la tecnología y en el estancamiento de la moral. La causa estaría en el conflicto entre lo que algunos llaman el «cerebro frío», cortical, y, por otro lado, el «cerebro caliente», el sistema límbico de instintos, pasiones, emociones y afectos. La tremenda explosión del tamaño del cerebro en la segunda mitad del Pleistoceno, hace aproximadamente 500.000 años, hizo que ambos cerebros no se coordinasen adecuadamente. MacLean llamó a este fenómeno «esquizofisiología », es decir, la dicotomía en la forma de funcionar de ambas partes del cerebro.
En la regulación de las emociones juegan los neurotransmisores un papel fundamental. Se sabe que niveles bajos de serotonina están asociados con ansiedad, tanto en humanos como en otros animales. Y la dopamina actúa como un activador central; si se destruyen sus terminales, los animales pierden el deseo, la motivación, la adaptabilidad y la conducta exploratoria. Se ha sugerido que el papel de la dopamina no es tanto la producción de placer, como algunos experimentos con estimulación eléctrica de zonas ricas en dopamina habían supuesto, como una llamada de atención sobre aquellos sucesos que pueden producir recompensa, de forma que el animal aprenda a reconocerlos. En el cerebro existe un sistema de fibras que discurre desde el cerebro medio hasta el sistema límbico y que se denomina sistema mesolímbico; sus neuronas contienen dopamina y se activa cuando, por ejemplo, un drogadicto está en la fase de carencia de cocaína. Este sistema conecta la corteza orbitofrontal, en el lóbulo frontal, con la amígdala y el núcleo accumbens, dos estructuras importantes del sistema límbico. La estimulación eléctrica del núcleo accumbens, por ejemplo, hace que las ratas se autoestimulen hasta la muerte porque ni comen ni beben, obsesionadas con apretar la palanca en su jaula que les procura esa estimulación eléctrica.
En el cerebro existen otras sustancias químicas importantes en la regulación de las emociones, como son los llamados péptidos opiáceos, sustancias como las encefalinas, las endorfinas y las dinorfinas, componentes parecidos a la morfina, pero producidos por el propio organismo. Juegan un papel complejo en la regulación de los lazos sociales y en el trastorno causado por el aislamiento social. Las endorfinas se producen en abundancia en situaciones de estrés y tienen un efecto analgésico. Son las responsables de que en esfuerzos extenuantes no se sienta dolor, que impediría la realización.
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